domingo, 29 de marzo de 2009



Como ya es mi rutina nocturna, me senté en mi balcón a contemplar como la gente pasa, de un momento a otro apareció aquel vagabundo, cargando su vida sobre la espalda. Se sienta delante de la puerta de colores brillantes y prende un cigarro.
Veo la gente como pasa frente a él, cual fuera un fantasma, y de un momento a otro, como si el tiempo se detuviera él me mira en mi ventana... y yo lo miro, con su vida sobre el hombro y su cigarro.
En ese instante dos miradas se cruzaron, dos vidas tan distintas, y a la vez tan parecidas.
Por un instante pensamos lo mismo, uno a cada extremo de la vida, nos cruzamos y hablamos sin decir palabra.



1 comentarios:

Patricia San Nicolás dijo...

aquellas personas pueden [probablemente] entender más de la vida que nosotros.
Y es en la carencia de ellos donde reside su sabiduría y en consecuencia... nuestra ignorancia.












[lo sé, porque un día, no recuerdo cuando, tuve suerte de hablar con uno de aquellos ignorados por nosotros]